Moisés 1:39

"Porque, he aquí, ésta es mi Obra y mi Gloria: Llevar a cabo la Inmortalidad y la Vida Eterna del Hombre".

La Familia: "Una Proclamación para el Mundo"

"LA FAMILIA es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para su Plan Eterno".

Moroni 7:47

"... pero la Caridad es el amor puro de Cristo y permanece para siempre y a quien la posea en el postrer día, le irá bien..."

Moroni 10:5-6

"... y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas. Y cualquier cosa que es buena, esjusta y verdadera; por lo tanto, nada que sea bueno niega al Cristo, antes bien, reconoce que él existe..."

Juan 14:6

"Jesús le dijo: "Yo soy el camino,la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí..."

martes, 6 de agosto de 2013

"Mamá me lo dijo"



"Quizás la razón por la que respondemos de un modo tan universal al amor de nuestra madre sea porque éste representa el amor de nuestro Salvador".

Por el Élder Bradley D. Foster: 
De los Setenta


El Señor ha dado a los padres la responsabilidad primordial de la nutrición espiritual de sus hijos. A veces esta responsabilidad recae sobre uno de los padres. Mi propia madre era relativamente joven cuando mi padre murió, dejándola sola con cuatro hijos. Sin embargo, ella afrontó su adversidad con fe y valor, prometiéndonos que si permanecíamos en la senda de la verdad, el final sería mejor que el principio. Al igual que los hijos de madres valientes del Libro de Mormón, “No dudábamos que nuestra madre lo sabía” (véase Alma 56:48). Hermanos y hermanas, comprendo de manera personal la gran influencia de las madres.

Mi buen amigo, Don Pearson, compartió una experiencia que destaca esa influencia. Una noche, su hijo de cuatro años, le pidió que le leyera un cuento antes de dormirse. Eric había escogido su libro preferido en cuanto a las aventuras de la familia de un puerquito que vivía en las islas del mar y viajaban de isla a isla en un globo de aire caliente. Era un libro de ilustraciones sin texto, así que el hermano Pearson inventaba las palabras del cuento:

“El puerquito está en un globo de aire caliente; está a punto de aterrizar en una isla; está dejando caer un cable por el costado del globo”.
Eric lo interrumpió. “Papá, no es un cable”, le dijo, “es una cuerda”.
El hermano Pearson miró a Eric y luego otra vez al libro ilustrado y siguió adelante: “El puerquito se está saliendo del globo y bajando del árbol. ¡Ay, no! ¡Se le enganchó el abrigo en una rama!”.
Nuevamente Eric lo detuvo. “Papá, no es un abrigo; es una chaqueta”.
A esta altura, el hermano Pearson estaba algo perplejo, le dijo: “Eric, en este libro no hay palabras, sólo dibujos. ¿Por qué insistes en que es una chaqueta?”
Eric respondió: “Porque mamá me lo dijo”.
Su padre cerró el libro y dijo: “Eric, ¿quién crees que tiene la última palabra y la autoridad máxima en esta casa?”.
Esta vez Eric pensó con detenimiento antes de contestar: “Tú, papá”.
El hermano Pearson le sonrió complacido. ¡Qué respuesta excepcional! “¿Cómo lo supiste?”.
Eric respondió rápidamente: “Mamá me lo dijo”.
Como dijo el presidente James E. Faust: “No existe un bien mayor en la tierra que el que proviene de la maternidad. La influencia de una madre en la vida de sus hijos es incalculable” (Liahona, julio de 1993, pág. 41).

Por designio divino, la crianza parece ser parte del legado espiritual dado a las mujeres. Lo he visto en mis hijas, y ahora lo veo en mis nietas; incluso antes de que aprendieran a caminar, querían sostener a sus muñecas y cuidarlas.

En mi profesión de agricultor y ganadero, he observado de cerca el modo en que el afecto natural de una madre se manifiesta incluso en la naturaleza. Cada primavera llevamos una manada de vacas y sus nuevos becerros a lo largo de la ribera del río Snake de Idaho, donde pastan aproximadamente un mes; después de rodearlas, las llevamos por un camino que conduce al corral, donde las cargan en camiones que las llevan a las pasturas de verano en Montana.

Un día de primavera particularmente caluroso, yo estaba ayudando a rodear la manada y cabalgaba detrás de ella conforme iba por el polvoriento camino hacia el corral. Mi tarea era reunir a los becerros que se hubieran desviado del camino. La marcha era lenta y me daba tiempo para pensar.
Debido a que hacía mucho calor, los becerritos constantemente corrían hacia los árboles en busca de sombra. Mis pensamientos se tornaron hacia los jóvenes de la Iglesia que a veces se desvían del sendero estrecho y angosto. También pensé en los que han dejado la Iglesia o quienes quizás sientan que la Iglesia se ha alejado de su corazón, mientras estaban distraídos. Se me ocurrió que una distracción no tiene que ser mala para ser eficaz: a veces puede ser simplemente sombra.

Después de varias horas de reunir becerros descarriados, y con la cara llena de sudor, les grité a los becerros con frustración: “¡Sigan a sus madres! ¡Ellas saben a dónde van! ¡Ya han andado por este camino!” Sus madres sabían que aunque por ahora el sendero estuviera caluroso y polvoriento, el final sería mejor que el principio.

Tan pronto como metimos la manada al corral, nos fijamos que tres de las vacas caminaban nerviosamente enfrente del portón; no podían hallar a sus becerros y parecían percibir que se habían quedado en alguna parte del camino. Uno de los vaqueros preguntó qué debíamos hacer, y le dije: “Creo que sé dónde están; a medio kilómetro de aquí hay una pequeña arboleda; estoy seguro de que los encontraremos allí”.

Y, como sospechaba, hallamos a los becerros perdidos dormidos bajo la sombra. Nuestra llegada los sobresaltó y se resistieron a que los rodeáramos. ¡Estaban atemorizados porque no éramos sus madres! Cuanto más nos esforzábamos por dirigirlos hacia el corral, más obstinados se ponían. Finalmente les dije a los vaqueros: “Lo siento, muchachos; sé que hay una manera mejor de hacerlo. Volvamos y dejemos que sus madres salgan del corral; las vacas vendrán y reunirán a sus becerros, y éstos las seguirán”. Estaba en lo correcto: las vacas supieron con exactitud a dónde ir para hallar a sus becerros, y los condujeron al corral, como yo lo esperaba.

Hermanos y hermanas, en un mundo donde a todos se nos concede el albedrío, algunos de nuestros seres queridos podrán descarriarse por una temporada. Pero no podemos darnos nunca por vencidos. Debemos regresar a buscarlos siempre; nunca debemos dejar de hacerlo. Nuestro profeta, el presidente Thomas S. Monson, nos ha suplicado que rescatemos a nuestros seres queridos que estén perdidos (véase, por ejemplo, “Permanece en el lugar que se te ha designado”, Liahona, mayo de 2003, págs. 54–57). Con la ayuda de los líderes del sacerdocio, los padres deben seguir regresando a buscar a sus seres perdidos, asegurándoles que siempre habrá un “hogar” en la familia y en la Iglesia que espera su regreso. No sabemos cuándo podrá cambiar un corazón; no sabemos cuándo un alma podría estar cansada y desgastada por el mundo. Cuando eso suceda, parece que nuestros hijos casi siempre se tornan primeramente a su madre, con emociones como las que se expresan en un poema de Elizabeth Akers Allen:

"... Atrás, vuelve atrás, oh tiempo que vuelas,
Qué agobiada estoy de afanes y lágrimas…
Cansada de lo vano, lo vulgar y lo vil,
Madre, oh, madre, ¡mi corazón te anhela!…
Mi corazón, en los días pasados,
Amor como el maternal jamás ha abrazado;
Nadie cual madre desvanece angustias
Del espíritu afligido y del mundo hastiado.
La dulce calma del sueño mis ojos rendidos subyuga;
¡Arrúllame, oh, madre, mi sueño acuna!..."
(Rock Me to Sleep,The Family Library of Poetry and Song, editado por William Cullen Bryant, 1870, págs. 190–191; puntuación actualizada).

Quizás la razón por la que respondemos de un modo tan universal al amor de nuestra madre sea porque éste representa el amor de nuestro Salvador. Como el presidente Joseph F. Smith dijo: “El amor de una buena madre se aproxima más al amor de Dios que cualquier otra clase de amor” (“The Love of Mother”, Improvement Era, enero de 1910, pág. 278).

Como en todas las cosas, el Salvador dio el ejemplo perfecto mediante el amor que mostró por Su madre terrenal. Incluso en el momento más crucial de Su vida mortal —tras la angustia del Getsemaní, del falso juicio, de la corona de espinas y de la pesada cruz a la que se le clavó brutalmente— Jesús miró hacia abajo desde la cruz y vio a Su madre, María, quien había venido a estar con su Hijo. Su último acto de amor antes de morir fue asegurarse de que se cuidara de Su madre, al decirle a Su discípulo: He ahí tu madre, y de allí en adelante el discípulo la recibió en su casa. Tal cual se dice en las Escrituras, entonces Jesús supo que “ya todo se había consumado”, e inclinó la cabeza y murió (véase Juan 19:27–28, 30).

Hoy estoy ante ustedes para testificar que Jesucristo es el verdadero Salvador y Redentor del mundo. Ésta es Su Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Nuestro Padre Celestial desea que todos Sus hijos regresen a Él. Sé esto inequívocamente debido al testimonio del Espíritu Santo a mi corazón. No siempre lo supe; cuando era más joven debía confiar en el testimonio de mis padres. Mi madre me aseguró que si permanecía en la senda de la verdad, aun cuando pareciera calurosa y polvorienta, aun cuando hubiera distracciones, el fin sería mejor que el principio. Estaré eternamente agradecido porque mi madre me lo dijo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

"Montañas que Ascender"



"Si tenemos fe en Jesucristo, los tiempos más difíciles de la vida, así como los más fáciles, pueden ser una bendición".


En una sesión de conferencia, oí al presidente Spencer W. Kimball pedirle a Dios que le diera montañas que ascender. Él dijo: “Hay todavía grandes desafíos delante de nosotros, oportunidades gigantescas que alcanzar. Acepto con gusto esta emocionante perspectiva y con humildad quiero decirle al Señor: ‘¡Dame este monte!, dame estos desafíos’”1.
Mi corazón se conmovió, conociendo, como yo conocía, algunos de los desafíos y la adversidad que él ya había afrontado. Sentí el deseo de ser más como él, un valiente siervo de Dios. Así que, una noche oré para recibir una prueba a fin de demostrar mi valor. Lo recuerdo vívidamente. En la noche, me arrodillé en mi dormitorio con una fe que casi parecía llenar mi corazón hasta estallar.
En menos de uno o dos días mi oración fue contestada. La prueba más difícil de mi vida me sorprendió, me llenó de humildad y me proporcionó una doble lección. Primero, tuve una clara evidencia de que Dios oyó y contestó mi oración de fe; y en segundo lugar, comencé un aprendizaje, que aún continúa, para aprender el porqué tuve tal confianza esa noche de que de la adversidad podría venir una gran bendición que compensaría con creces cualquier costo.
La adversidad por la que pasé aquel día lejano ahora parece insignificante comparada con lo que hemos pasado mis seres queridos y yo desde entonces. Muchos de ustedes están pasando por pruebas físicas, mentales y emocionales que podrían hacerlos exclamar como lo hizo un gran y fiel siervo de Dios a quien conocí bien. Su enfermera lo oyó exclamar desde su lecho de dolor: “Cuando toda mi vida he tratado de ser bueno, ¿por qué me ha sucedido esto a mí?”.
Ustedes saben cómo le contestó el Señor esa pregunta al profeta José Smith cuando estaba encarcelado:
“…si eres echado en el foso o en manos de homicidas, y eres condenado a muerte; si eres arrojado al abismo; si las bravas olas conspiran contra ti; si el viento huracanado se hace tu enemigo; si los cielos se ennegrecen y todos los elementos se combinan para obstruir la vía; y sobre todo, si las puertas mismas del infierno se abren de par en par para tragarte, entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.
“El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?
“Por tanto, persevera en tu camino, y el sacerdocio quedará contigo; porque los límites de ellos están señalados, y no los pueden traspasar. Tus días son conocidos y tus años no serán acortados; no temas, pues, lo que pueda hacer el hombre, porque Dios estará contigo para siempre jamás”2.
Me parece que no hay mejor respuesta a la pregunta de por qué vienen las pruebas y lo que debemos hacer que las palabras del Señor mismo, quien soportó por nosotros pruebas más terribles de lo que podamos imaginar.
Recordarán Sus palabras cuando aconsejó que, al tener fe en Él, debemos arrepentirnos:
“…así que, te mando que te arrepientas; arrepiéntete, no sea que te hiera con la vara de mi boca, y con mi enojo, y con mi ira, y sean tus padecimientos dolorosos; cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes; sí, cuán difíciles de aguantar no lo sabes.
“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten;
“mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo;
“padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.
“Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres”.
Ustedes y yo tenemos fe en que la manera de elevarse en medio de las pruebas y de superarlas es creer que hay “bálsamo en Galaad” y que el Señor ha prometido: “…no te… desampararé”5. Eso es lo que el presidente Thomas S. Monson nos ha enseñado a fin de ayudarnos a nosotros mismos y a los que prestamos servicio en lo que parecen ser pruebas solitarias y abrumadoras.
No obstante, el presidente Monson también ha enseñado sabiamente que toma tiempo edificar un cimiento de fe en la realidad de esas promesas. Tal vez hayan visto la necesidad de ese cimiento en el lecho de alguien que está listo para abandonar la lucha de perseverar hasta el fin. Si no tenemos arraigado en nuestro corazón el cimiento de la fe, el poder para perseverar se desmoronará.
Mi propósito hoy día es describir lo que sé sobre cómo podemos establecer ese inquebrantable cimiento. Lo hago con gran humildad por dos razones: primero, lo que diga podría desanimar a algunos que estén luchando en medio de gran adversidad y sientan que su cimiento de fe se está derrumbando; y segundo, sé que ante mí yacen pruebas aún más grandes antes del final de la vida. Por lo tanto, la fórmula que les ofrezco aún no ha sido probada en mi propia vida al perseverar hasta el fin.
De joven trabajé con un contratista construyendo bases (zapatas) y cimientos para casas nuevas. En el calor del verano era mucho trabajo preparar el terreno para el molde en el que vaciábamos el cemento para hacer las bases. No había maquinaria; usábamos el pico y la pala. En aquellos días era mucho trabajo construir cimientos duraderos para los edificios.
También se necesitaba paciencia. Después de verter el cemento, esperábamos a que curara. A pesar de lo mucho que queríamos seguir adelante con el trabajo, también esperábamos después de hacer los cimientos antes de quitar los moldes.
Y aún más impresionante para un constructor novato era lo que parecía ser un proceso tedioso que llevaba mucho tiempo: poner con cuidado varillas de metal dentro de los moldes para reforzar el cimiento.
De manera similar, el terreno se debe preparar con mucho cuidado para que nuestro cimiento de fe resista las tormentas que vendrán a la vida de todos. Esa base firme para un cimiento de fe es la integridad personal.
El elegir lo justo constantemente, cuando tengamos que tomar una decisión, crea el terreno firme bajo nuestra fe. Puede dar comienzo en la niñez, siendo que toda alma nace con el don gratuito del Espíritu de Cristo. Con ese Espíritu, podemos saber cuando hemos hecho lo correcto ante Dios y cuando hemos hecho lo malo ante Su vista.
Esas decisiones, cientos de ellas en la mayoría de los días, preparan el terreno firme sobre el cual se construye nuestro edificio de fe. El armazón alrededor del cual se vierte la sustancia de nuestra fe es el evangelio de Jesucristo con todos sus convenios, ordenanzas y principios.
Una de las claves para tener una fe perdurable es evaluar correctamente el tiempo de curación que se necesita. Ésa es la razón por la que no fui prudente al pedir en oración, a tan temprana edad en mi vida, montañas más altas que ascender y mayores pruebas.
La cura no se lleva a cabo automáticamente con el paso del tiempo, pero sí requiere tiempo. No basta sólo con envejecer; el servir a Dios y a los demás constantemente, con todo el corazón y el alma, es lo que convierte el testimonio de la verdad en fortaleza espiritual inquebrantable.
Ahora deseo alentar a aquellos que están en medio de pruebas difíciles, quienes sienten que su fe se va disipando bajo la avalancha de problemas. Las dificultades mismas pueden ser la forma de fortalecer y, al final, obtener una fe inquebrantable. Moroni, el hijo de Mormón, del Libro de Mormón, nos dijo cómo se podría obtener esa bendición. Él enseña la simple y dulce verdad de que al ejercer aun una partícula de fe permite que Dios la haga crecer:
“Y ahora yo, Moroni, quisiera hablar algo concerniente a estas cosas. Quisiera mostrar al mundo que la fe es las cosas que se esperan y no se ven; por tanto, no contendáis porque no veis, porque no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe.
“Porque fue por la fe que Cristo se manifestó a nuestros padres, después que él hubo resucitado de los muertos; y no se manifestó a ellos sino hasta después que tuvieron fe en él; por consiguiente, fue indispensable que algunos tuvieran fe en él, puesto que no se mostró al mundo.
“Pero por motivo de la fe de los hombres, él se ha manifestado al mundo, ha glorificado el nombre del Padre y preparado un medio por el cual otros pueden ser partícipes del don celestial para que tengan esperanza en las cosas que no han visto.
“Por lo tanto, vosotros también podéis tener esperanza, y participar del don, si tan sólo tenéis fe”.
La partícula de fe más valiosa, la cual deben proteger y utilizar al grado que les sea posible, es la fe en el Señor Jesucristo. Moroni enseñó el poder de esa fe de esta manera: “Y en ningún tiempo persona alguna ha obrado milagros sino hasta después de su fe; por tanto, primero creyeron en el Hijo de Dios”.
Hablé con una mujer que recibió el milagro de recibir la fuerza suficiente para soportar pérdidas inimaginables por su simple capacidad de repetir incesantemente las palabras: “Yo sé que vive mi Señor”. Esa fe y esas palabras de testimonio aún estaban presentes en la bruma que oscureció pero que no borró los recuerdos de su niñez.
También quedé atónito al enterarme de que otra mujer había perdonado a una persona que la había agraviado por años. Me sorprendí y le pregunté por qué había decidido perdonar y olvidar tantos años de terrible maltrato.
Dijo en voz baja: “Fue la cosa más difícil que he hecho, pero sabía que tenía que hacerlo; así que, lo hice”. La fe que tenía de que el Salvador la perdonaría si ella perdonaba a los demás la preparó para tener un sentimiento de paz y esperanza al enfrentarse con la muerte tan sólo meses después de haber perdonado a su enemiga impenitente.
Ella me preguntó: “Cuando llegue allí, ¿cómo será estar en el cielo?”.
Le dije: “Todo lo que sé, por lo que he visto en cuanto a su capacidad para ejercer la fe y para perdonar, es que le darán una maravillosa bienvenida”.
Tengo otras palabras de aliento para aquellos que ahora se preguntan si su fe en Jesucristo les será suficiente para perseverar bien hasta el fin. Tuve la bendición de conocer a otros de ustedes, que ahora están escuchando, cuando eran más jóvenes, vigorosos y más talentosos que la mayoría de los que los rodeaban; sin embargo, eligieron hacer lo que el Salvador habría hecho. De su abundancia encontraron maneras de ayudar y cuidar a los que tal vez hubieran ignorado o despreciado desde su posición en la vida.
Cuando lleguen las pruebas difíciles, allí estará la fe para soportarlas, fe que fue edificada, como podrán notar ahora, pero que quizás no hayan notado en el momento en que actuaron con el amor puro de Cristo, sirviendo y perdonando a los demás como el Salvador lo habría hecho. Ustedes edificaron un cimiento de fe al amar como el Salvador amó y al servirlo. Su fe en Él condujo a actos de caridad que les brindarán esperanza.
Nunca es demasiado tarde para fortalecer el cimiento de la fe. Siempre hay tiempo. Con fe en el Salvador, pueden arrepentirse y suplicar perdón. Hay alguien a quien perdonar; hay alguien a quien agradecer; hay alguien a quien servir y animar. Pueden hacerlo dondequiera que estén y no importa cuán solos y aislados se sientan.
No puedo prometerles que se acabarán sus adversidades en esta vida; no puedo asegurarles que sus tribulaciones les parecerán como si fueran sólo un momento. Una de las características de las pruebas de la vida es que parecen hacer que los relojes anden más lentos y luego, hasta parecen casi detenerse.
Hay razones para ello; el conocerlas quizás no brinde mucho consuelo, pero puede darles un sentimiento de paciencia. Esas razones se derivan de este hecho: el Padre Celestial y el Salvador, en el amor perfecto que tienen por ustedes, desean que estén en condiciones de estar con Ellos a fin de vivir en familias para siempre. Únicamente aquellos que han quedado perfectamente limpios mediante la expiación de Jesucristo pueden morar en ese lugar.
Mi madre luchó contra el cáncer durante casi diez años. Los tratamientos, las cirugías y finalmente el estar confinada en cama fueron algunas de sus pruebas.
Recuerdo a mi padre decir al verla dar su último aliento: “Una niña se ha ido a casa a descansar”.
Uno de los oradores en su funeral fue el presidente Spencer W. Kimball. Entre los homenajes que rindió, recuerdo uno que fue algo así: “Tal vez algunos de ustedes hayan pensado que Mildred sufrió mucho y por tanto tiempo debido a algo malo que había hecho y que requería de las pruebas”. Luego él dijo: “No fue eso; sólo era que Dios quería que se la puliera un poco más”. Recuerdo que pensé en ese momento: “Si una mujer tan buena necesitó que se la puliera tanto, ¿qué puedo esperar yo?”.
Si tenemos fe en Jesucristo, los tiempos más difíciles de la vida, así como los más fáciles, pueden ser una bendición. En todas las situaciones, podemos elegir lo justo con la guía del Espíritu. Tenemos el evangelio de Jesucristo para dar forma y guía a nuestra vida si así lo decidimos. Y con los profetas que nos revelan nuestro lugar en el plan de salvación podemos vivir con perfecta esperanza y con un sentimiento de paz. Nunca tenemos que sentir que estamos solos ni que no se nos ama cuando estamos al servicio del Señor, porque nunca es así. Podemos sentir el amor de Dios. El Salvador ha prometido ángeles a nuestra diestra y a nuestra siniestra para sostenernos. Él siempre cumple Su palabra.
Testifico que Dios el Padre vive y que Su Amado Hijo es nuestro Redentor. El Espíritu Santo ha confirmado la verdad en esta conferencia y lo hará de nuevo a medida que ustedes la busquen al escuchar y cuando después estudien los mensajes de los siervos autorizados del Señor que están aquí. El presidente Thomas S. Monson es el profeta del Señor para todo el mundo. El Señor vela por ustedes. Dios el Padre vive, Su Hijo Amado Jesucristo es nuestro Redentor y Su amor es inagotable. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

Discurso del Presidente. Henry B. Eyring: "Montañas que Ascender"
Primer Consejero de la Primera Presidencia



La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Perú


La Iglesia en Perú
El número de miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Perú sigue aumentando. Los informes más recientes indican que hay más de 500.000 miembros de la Iglesia en el Perú.



El inicio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en el Perú se remonta a 1956, cuando Frederick S. Williams, ex presidente de misión en Argentina y Uruguay, se mudó al Perú con su familia y se puso en contacto con la sede central de la Iglesia solicitando el permiso para empezar la obra misional y organizar una rama – una pequeña congregación – con pocas personas.



Historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en el Perú
La primera rama fue organizada el 8 de julio de 1956 por el Elder Henry D. Moyle, miembro del Quórum de los Doce Apóstoles – el segundo cuerpo de gobierno en importancia de la Iglesia. Los misioneros llegaron el 7 de agosto de 1956. El edificio a ser utilizado como centro de reuniones en el Perú fue adquirido el siguiente noviembre.
A partir de estos humildes comienzos la Iglesia ha crecido rápidamente y ha contribuído significativamente con el bienestar espiritual y humanitario del pueblo peruano.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es conocida en el Perú por la ayuda humanitaria y la respuesta a emergencias. Luego del terremoto de junio del 2001 en el sur del Perú, la Iglesia envió 50 toneladas de alimentos, frazadas, útiles de higiene y suministros de primeros auxilios a fin de ayudar a las víctimas en Moquegua y ciudades cercanas.
Cuando el terremoto de grado 8.0 azotó al Perú en agosto del 2007, la iglesia respondió de inmediato. Trabajando de cerca con Defensa Civil, la Iglesia proveyó 10,000 frazadas y otros suministros de emergencia como carpas. Los líderes de la Iglesia en las ciudades afectadas instalaron refugios y suministraron alimentos y agua a los damnificados. Además la Iglesia envió desde Lago Salado, Utah un avión de carga 747 conteniendo instrumentos médicos, cajas de alimentos, kits de higiene y otros artículos al área afectada. En los siguientes dos meses llegaron otros seis contenedores de suministros, incluyendo varios miles de kits escolares y 70,000 cajitas de leche listas para beber, a fin de ayudar al reinicio de las actividades escolares en la zona.
En años recientes la Iglesia ha recibido reconocimiento de instituciones nacionales tales como Defensa Civil, el Ministerio de Salud, el Ministerio del Interior, el Ministerio de Educación, y el Ministerio de la Mujer. También la Primera Dama del Perú ha expresado su complacencia por la ayuda humanitaria de la Iglesia.
La notable y continua ayuda de la Iglesia a la comunidad es el resultado directo del rápido crecimiento de la Iglesia en el Perú. En los años 70 muchos peruanos deseosos de fortalecer espiritualmente sus familias se unieron con la Iglesia en números crecientes. Uno de los primeros conversos, Roberto Vidal, fue llamado como líder de la primera estaca, organizada en Lima el 22 de febrero de 1970 (una estaca es similar a una diócesis). Hacia 1977, el número de líderes eclesiásticos laicos en el Perú llegó a ser lo suficientemente numeroso como para congregarse en dos días de conferencias a las cuales asistieron 7,900 líderes. Estas reuniones fueron presididas por el entonces Presidente de la Iglesia Spencer W. Kimball. Cuatro años más tarde, en 1981, él anunció la construcción de un templo en Lima. Éste fue dedicado el 10 de enero de 1986.
Poco más de tres décadas desde que empezó la obra misional en Lima, Perú, el Elder M. Russell Ballard del Quórum de los Doce Apóstoles organizó siete estacas durante el fin de semana del 30 y 31 de enero de 1998. En ese momento, Lima tenía el segundo mayor número de estacas en un área metropolitana fuera de los Estados Unidos.
En 2006 los Santos de los Últimos Días celebraron el aniversario número 50 de la presencia de la Iglesia en el Perú, participando en una jornada de servicio a nivel nacional. A lo largo del país, trabajaron en conjunto para servir a su comunidad mediante la limpieza de calles, parques, campos deportivos y cementerios. En Lima y Callao, más de 6,200 miembros participaron en la limpieza de los principales cementerios – El Ángel, Presbítero Maestro y Baquijano y Carrillo.
En una visita a la sede de la Iglesia en Lago Salado, Utah, en el 2007, la Primera Dama Pilar Nores de García conoció de primera mano los programas de bienestar y humanitario de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ella visitó la Manzana de Bienestar y el Centro Humanitario, y además explicó su propio programa “Sembrando” a los líderes de la Iglesia así como a profesores y estudiantes de la Universidad de Brigham Young. El programa “Sembrando” ayuda a los más pobres entre los pobres en las zonas más altas del país. Mientras la Sra. García estaba en Utah, la Iglesia le anunció que iba a donar al país 1,000 sillas de ruedas y 50 toneladas de ATMIT – un suplemento alimenticio para combatir la desnutrición aguda. En el 2008 la ayuda de la Iglesia se ha extendido a otras 1,000 sillas de ruedas, 150 toneladas de ATMIT y 45 toneladas de artículos de higiene, frazadas, entre otros, transportados al país gracias a la generosidad de la Marina de Guerra del Perú.
El 13 de diciembre del 2008, la Primera Presidencia – el más alto órgano de gobierno de la Iglesia – anunció los planes para construir el Templo de Trujillo Perú, el segundo templo en el Perú. Esto eleva a 17 el número de templos en operación o en etapa de planeamiento o construcción en América Latina, y a 146 a nivel mundial. De los países de habla hispana en Sudamérica, hasta ahora, solo Perú y Argentina tendrían dos templos.
Los misioneros Santos de los Últimos Días empezaron la predicación en Trujillo en 1960. Los primeros bautismos en la primera rama Trujillo – entonces  parte de la Misión Andina – tuvieron lugar en febrero de 1961. En 1963 se dedicó el primer centro de reuniones en Trujillo. La primera estaca en Trujillo fue organizada en junio de 1978 por Tomas S. Monson, entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles y actualmente el líder de la Iglesia a nivel mundial.
El Templo de Trujillo se construirá en un terreno ubicado sobre la Avenida Mansiche, en una zona residencial en el noroeste de la ciudad, en el Distrito de Huanchaco, adyacente a un  cementerio privado. Servirá a más de 88,000 miembros de la Iglesia en la región. La cifra de miembros de la Iglesia en el Perú se aproxima a medio millón.

jueves, 1 de agosto de 2013

Creencias Básicas de Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos


Figura Nº 12: "El Cristo - Centro de Visitantes en la Manzana del Templo de Salt Lake City de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días"


La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el nombre oficial de la religión comúnmente conocida como la Iglesia Mormona. Creemos, en primer lugar, que Jesucristo es el Salvador del mundo y el Hijo de Dios.
Aunque nuestras procedencias y experiencias son varias y diversas, los mormones están unidos por un profundo compromiso hacia Jesucristo. Este sitio web presenta a miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que comparten sus historias y explican lo que su religión significa para ellos.


 Vídeo: "Una Breve Introducción a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días"

"La Naturaleza de Dios nuestro Padre Celestial y de su Hijo Amado Jesucristo"



Figura Nº 11."La Primera Visión enseñó la Naturaleza Divina de Dios el Padre y su Hijo Jesucristo El Salvador del Género Humano"

Una doctrina primordial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la creencia en Dios el Padre; en su Hijo, Jesucristo; y en el Espíritu Santo, quienes constituyen la Trinidad. Son tres seres diferentes, aunque uno en propósito.


Escrituras:
Leer Doctrina & Convenios 130:22-23 es muy similar: (22) "El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino un personaje de Espíritu. De no ser así, el Espíritu Santo no podría morar en nosotros. (23) El Hombre puede recibir el Espíritu Santo, y éste puede descender sobre él y no permanecer con él".

Juan 17:5.- "Ahora pues, Padre glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. he manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti..."

Vídeo: "Dios vive y Jesucristo es su Hijo Amado"

Primeros Principios & Ordenanzas del Evangelio de Jesucristo

Los primeros principios y ordenanzas del evangelio de Jesucristo son: "primero, Fe en el Señor Jesucristo; segundo, Arrepentimiento; tercero, Bautismo por inmersión para la remisión de los pecados; cuarto, Imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo", que es la confirmación en la Iglesia. El bautismo sigue el ejemplo bíblico de la inmersión y se efectúa para la remisión de los pecados de la persona que lo recibe. Dado que los niños pequeños son incapaces de pecar, no se les bautiza sino hasta la edad de ocho años, cuando empiezan a ser responsables.

Figura Nº 6: "Fe en el señor Jesucristo".


Figura Nº 7: "Arrepentimiento Sincero".


Figura Nº 8: "Bautismo por inmersión para la remisión de pecados".



Figura Nº 10: "Imposición de las manos para comunicar el Espíritu Santo".

"El Santo Sacerdocio": El Poder y la Autoridad de Dios



Figura Nº 6: "El Santo Sacerdocio dado a los Apóstoles y Profetas de la Antigüedad"



La Iglesia hace hincapié en la necesidad de la autoridad divina. José Smith, primer profeta y Presidente de la Iglesia, enseñó: "El hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas". La autoridad para actuar en el nombre de Dios se llama: "Sacerdocio". Actualmente por revelaciones modernas existe 2 sacerdocios: "Arónico" y "Melquisedec".


Vídeo: "Restauración del Santo Sacerdocio de Dios"